Hoy se cumplen 141 años del Grito de Yara, el alzamiento que inició la lucha de Cuba por su libertad. Y quiero rendir el homenaje que merecen aquellos próceres fundadores de la Patria con un análisis desapasionado de la Historia de Cuba, que más que panteón de héroes para usar demagógicamente con propósitos personales es obra y resumen de hombres y mujeres de diversas tendencias que contribuyeron substancialmente a la formación de nuestra nación. Olvidémonos por un rato del culto a la lucha armada y la intransigencia revolucionaria y busquemos la lección que deja esta amada fecha a la formación del futuro ciudadano dispuesto a buscar cauces civilizados para dirimir sus diferencias políticas, apto para la libertad y la tolerancia.
El alzamiento de La Demajagua no fue un hecho fortuito encabezado por próceres iluminados sino el estallido de una nacionalidad conformada por disímiles elementos y cuidadosamente fomentada desde un siglo antes por pensadores de la talla de José Agustín Caballero, José de la Luz y Caballero, Francisco Arango y Parreño, José Antonio Saco, Félix Varela y otros que aspiraban a la madurez social por medio del fomento de la instrucción pública y la educación moral del individuo que le capacitaran para el ejercicio de la libertad. Reformistas, autonomistas y separatistas, con diferencias de criterios sobre los métodos a emplear, contribuyeron con sus críticas y propuestas de cambios a plantar la semilla de la nacionalidad cubana expresada en un pensamiento político anticolonial. Simplemente, tenían un objetivo común: cambiar el régimen colonial imperante caracterizado por la falta de libertad económica, los altos y arbitrarios impuestos, el rígido control sobre la actividad comercial, el uso de fondos extraídos de la isla en objetivos ajenos al interés nacional como el financiamiento de guerras en otros territorios del continente y la falta de representación política en el gobierno de la isla.
Cualquier coincidencia con la Cuba actual no es pura coincidencia. Como si el tiempo se hubiera detenido y la historia retrocedido, los cubanos de hoy sienten la misma frustración ante un régimen militar ilegal y siguen añorando y batallando por la libertad de decidir sobre sus vidas; el respeto a su iniciativa individual, a su libertad expresión; el derecho de reunión y asociación a la formación de partidos políticos. El derecho, en fin, a que las ideas no sean encarceladas.
Aquellos hombres cultos y ricos que iniciaron la lucha el 10 de octubre de 1868 - Céspedes, Aguilera, Agramonte, por citar los nombres más emblemáticos- no eran superhombres pero tenían la conciencia de Nación y Libertad que les daba fuerzas para cumplir su deber con la Patria. Dueños de dotaciones esclavos se convirtieron en paladines de su liberación; figuras prominentes del la sociedad, no vacilaron en convertirse en ilegales, conscientes de que serían desposeídos de sus bienes, juzgados como delincuentes y fusilados si eran derrotados. Para ellos, nuestro homenaje y gratitud y respeto.
Pero ¿Podrían las armas separatistas establecer una república independiente, moderna y viable? ¿Quién podía garantizar que tras la derrota del ejército español, el país no cayera bajo el control de Francia, Inglaterra o Estados Unidos, como había alertado Saco? Poco se habla de aquella petición de la República en Armas al gobierno del presidente Ulises S. Grant, firmada el 29 de abril de 1869, para anexar a Cuba con la Unión Americana a quien miraban como ejemplo de democracia y libertad. Si hubiera fructificado, Cuba habría pasado a ser otro estado de la Unión y sólo la reticencia estadounidense a perjudicar sus relaciones con España lo impidió. Y aquella otra guerra organizada por Martí e30 años más tarde sirvió de pretexto para la intervención norteamericana en Cuba y Puerto Rico.
Cuando tras 390 años de férreo gobierno militar colonial y 34 años de tradición guerrera nace finalmente la República, la falta de tradiciones civiles e inexperiencia en el arte de gobernar desembocó en una especie de autoritarismo electoral mezcla de corrupción y caudillismo, huérfana del espíritu de respeto a la leyes y las instituciones democráticas. Y la nueva generación nacida con la república, ansiosa de participar en la vida política de su Patria pero marcada por el pecado original de la violencia enarboló las banderas de la revolución en 1933 para derrocar a Gerardo Machado, que sirvió para entronizar a Fulgencio Batista en la política cubana.
Pese a todo, aquella república fue capaz, en apenas 57 años, de alcanzar una de las posiciones más avanzadas entre las naciones latinoamericanas, aventajando en diferentes aspectos a muchas naciones europeas de la posguerra. Y logró promulgar en 1940 una Constitución ejemplar violada en 1952 por el golpe militar de Batista. Restituirla y devolver a Cuba al cauce democrático fue el objetivo de aquella nueva revolución que culminó en el desastre que todos conocemos hoy.
Enarbolando los nombres de los héroes de la independencia, amparados en el culto demagógico a los caídos en las luchas contra Machado y Batista, acusando de anticubano a todo el que piense distinto, obligando a los tribunales a santificar la violación de los derechos ciudadanos, el actual régimen carece de la capacidad para liberarse de la camisa de fuerza totalitaria y desarrollar un modelo eficaz de de gobierno en beneficio del pueblo. Con el único propósito de sostenerse en el poder, impide el libre debate de todas las tendencias políticas propias de la diversidad social, amordaza a los medios de comunicación; convierte a los opositores pacíficos en agentes del imperialismo, califica de gusanos a los que disienten o se oponen y justifica sus campañas represivas que no tienen justificación.
Si, la historia cubana demuestra con hechos que no basta derrocar un tirano. La similitud de los métodos de lucha violenta utilizados por hombres de la talla de Martí, Guiteras o Echeverría, no valida su efectividad. La democracia no se conquista a tiros simplemente. Es necesario también sentar las bases de una nación con la suficiente estabilidad política y económica para sortear con éxito todos los desafíos internos y externos. En palabras del generalísimo Máximo Gómez:
"esas gentes de letras y de espíritu tranquilo y pacífico (…) confían el mandato de todas las cosas humanas a las ideas, y no suponen necesaria la fuerza bruta en ningún caso. Ellos tienen razón en parte, pues cuando con ella se triunfa queda el camino plagado de desastres".
No podemos vivir de la historia y menos usarla para justificar el presente totalitario. Eso es como vivir del cuento, un cuento macabro que, tras cinco décadas de opresión, no ha logrado llevar a Cuba ni al comunismo ni al capitalismo. Pero ha generado miles de muertos, decenas de miles de prisioneros políticos, más de dos millones de exiliados y una deuda externa de más de 7,793.7 millones de dólares, casi 700 millones por habitante. El inventario del desastre es extenso gracias a la corrupción, el nepotismo y la desesperanza generada en el pueblo. Como en la Rusia estalinista, la Alemania nazi o la Italia fascista, el Estado y la sociedad cubana están en función de la voluntad caprichosa del máximo líder. Ni siquiera en tiempos de Machado o Batista, se habló en Cuba de la sucesión de un gobernante por su hermano, como si se tratara de una monarquía. Como dijo Saco:
"(…) no hay hombres que ultrajen a la humanidad con más desprecio, ni que atropellen a las leyes y la libertad con más insolencia, que los revolucionarios que se erigen en regeneradores de la humanidad y en defensores de las leyes y la libertad
A nuestra generación corresponde re-evaluar la tradición histórica, descartar lo inservible y valorar las más recientes contribuciones de la sociedad mundial por los cambios políticos y sociales para con pasos firmes y certeros caminar hacia el futuro. Es hora de que las voces de todos los cubanos, de todas las generaciones, se sumen a un proyecto cívico nacional que nos permita trascender el castrismo, fomentar el desarrollo y crear las bases de una república que no requiera de un levantamiento armado cada 30 años para resolver sus problemas. Así nos enseñó Varela, el primero que nos enseñó a pensar:
"Mucho debe lamentar la política el temerario empeño de los que quieren concluir en un día obras que por su naturaleza exigen muchos años. No queremos dejar nada que hacer a nuestros venideros, y he aquí el modo de no dejarles nada hecho".
Oponerse al uso de la fuerza bruta como único medio para obtener la libertad no significa, por supuesto, oponerse a dicha libertad. Por eso hoy, 10 de Octubre, rendimos tributo a todos aquellos cubanos que desde corrientes políticas distintas y promoviendo métodos diferentes, persiguieron el objetivo común de recuperar la Patria. Pero el culto a su memoria debe trascender el discurso castrista para romper el ciclo inútil de la violencia y evitar que Cuba siga pariendo revoluciones y dictaduras cada 30 años con su secuela de destierro y dolor. Enfoquémonos en la suerte del ciudadano común y sus legítimas aspiraciones a tener una vida digna, decidir sobre la educación de sus hijos, proveerles lo necesario para vivir. Recuperemos nuestra capacidad de pensar sin comentar en secreto los vejámenes que le corroen el espíritu.
Unámonos en este empeño nacional para devolver al cubano, civilizadamente, su derecho inalienable a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad. Para que la mayor aspiración del cubano cuando piensa en el futuro no sea abandonar el suelo patrio y convertirse en extranjero.
¡Ese es el mejor tributo al 10 de Octubre!