Sunday, September 13, 2009

Historia de Dos Ciudades

La Habana, la noble Habana de antiguas columnas con diseños raros y estrechas calles empedradas que cuentan un pasado glorioso. La Habana eterna, paraíso encantado de otras épocas que se conforma con exhibir un gris único, uniformemente triste, pintado por la indolencia y el olvido sobre las paredes agrietadas al borde del derrumbe.

Miami, la ciudad mágica, la capital del sol, del exilio cubano y también de Latinoamérica. Pequeña población que languidecía a la sombra de un turismo ansioso de calor en la temporada de invierno cuando comenzaron a llegar los primeros que huyeron de la la creciente totalitaria.

La Habana y Miami, símbolos urbanos de una nación dividida por la ambición de poder de un hombre, fragmentos de Cuba que al desarrollarse en dos realidades distintas perdieron mucho de su identidad.Dos partes de una misma Nación desintegrada, crecida y envejecida bajo los designios de una revolución.

Los que llegaron a Miami en la década de los sesenta, jamás olvidaron aquella Cuba próspera a la que anhelan volver, a la que recuerdan como suspendida en el tiempo y en la historia sin asimilar completamente que ya no existe. Los que quedaron atrás, en cambio, sueñan con abandonar las ruinas de lo que fue su patria alguna vez, alejarse del paraíso socialista que los asfixia y paraliza en una eterna espera de "algo" que nunca llega. Los que se fueron perdieron la patria por vivir en libertad. Los que quedaron perdieron la patria y la libertad.

Y mientras en Miami los viejos exiliados aún se reunen a jugar dominó en un esfuerzo por aferrarse a sus últimas tradiciones y no dejar morir dentro de si una patria a la que saben que nunca volverán por mas que repitan lo contrario para animarse mutuamente, en Cuba los ancianos se lanzan “jaba” en mano desde tempranas horas buscando la forma de "resolver". Quizás, tras una larga cola logre alcanzar algunos periódicos en el estanquillo y revenderlo; o tal vez otra cola le lleve hasta el mostrador de alguna oscura y desaseada cafetería donde conseguir una “croqueta al plato” y un “refresco de frozen”.

En Miami, los ancianos que un dia, siendo jóvenes y llenos de ilusiones, llegaron pensando en un breve exilio, tuvieron que resignarse a ver crecer sus hijos y nietos en tierra extraña. En La Habana, miran al horizonte buscando una esperanza, idealizando los tiempos pasados mientras repiten: ¡ya vendrán tiempos peores!

Pero siguen ahí, aferrados a una vida que les ha sido ingrata a ambos lados del Estrecho de la Florida. Sus hijos y nietos caminan por Coconot Crove o entre los portales de una ciudad que se derrumba tras las fachadas pintadas para el turismo. Aquellos sólo hablan en inglés pero se hacen llamar cubano-americanos afirmando la ciudadanía de una patria que no conocen mas que por el recuerdo idealizado de sus mayores. Estos, huérfanos de las experiencias que el mundo moderno ofrece a manos llenas, sin derecho a contemplar un paisaje distinto, a escuchar una opinión diferente.
No importa si los de aquí piensan, actúan y viven al estilo americano y los de allá encadenados a una historia de la que no se sienten parte, porque no les pertenece. No importa si los de aquí sueñan con esa Cuba del recuerdo legada por sus padres y los de allá suspiran por una lejana tierra prometida a la que podrán llegar, quizás, del brazo de algún extranjero.

Los de aquí viven en un continuo correr contra el reloj, tratando de alcanzar metas y sueños antes de que se les haga tarde, viviendo, sufriendo, amando, luchando en buena lid por su futuro, desarrollando su creatividad en aras del bien personal y colectivo. Los de allá, víctimas de una sobresaturación ideológica que les anquilosa la iniciativa, se resisten a renunciar a la esperanza. Saben que algún día terminará la noche y esperan, esperan siempre mientras caminan entre las paredes apuntaladas, a punto de desplomarse. Y continúan esperando mientras intentan un chiste, inventan un piropo nuevo o cantan una canción.

La Habana y Miami. Dos ciudades que resumen la tragedia de una nación desmembrada, ramas taladas del tronco común de la cubanía que en suelo extraño supieron adaptarse a climas más fríos y en el propio han logrado sobrevivir al fuego devorador de la ignominia. Pero ninguna de las dos perdió la fuerza de su savia tropical. Y ambas habrán de sostener con el vigor de sus ramas, el futuro de la Patria.

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